• Ambos momentos coinciden con los de mayor penetración de las exportaciones del país en el mercado global, ya que en 1998 se alcanzó un market share de 0,49 % de las exportaciones mundiales, mientras que en 2011 ese guarismo fue de 0,46 %

• Hay que reorganizar el funcionamiento de la economía asignando al estado y al mercado los roles que han probado ser tan efectivos en países como Corea, Israel, Irlanda, Nueva Zelanda, entre otros, que incluyen una política decidida de integración al mercado mundial. Así, se gana en productividad por empresas que logran escalas adecuadas, la incorporación de tecnología en forma continua y la especialización que permite capturar nichos de mercado

• ¿Por qué se conectan estrategias exitosas de crecimiento con mayor inserción global? Hay inversiones que un país no recibe si faltan condiciones para exportar una parte de lo producido; hay avances de productividad que no se logran en un país cerrado al comercio exterior; hay riesgos que alejan a las empresas, caso de los países que no logran una dinámica de exportaciones que haga sostenible sus ratios de deuda externa

• Con la entrada en escena de las “cadenas de valor” global, hay infinidad de inversiones que sólo habrán de ser capturadas si nuestro país está dispuesto a ser un “eslabón” de esas cadenas, con todo lo que implica: adecuación de la política impositiva y laboral teniendo en cuenta las condiciones que ofrecen otros países que compiten por esas mismas inversiones; acuerdos comerciales con terceros países que ofrezcan mercados atractivos; una logística que dé garantías en términos de costos y eficiencia; reglas cambiarias que no desalienten exportaciones, aportes de capital ni giro de dividendos, entre tantos otros requisitos

• Lamentablemente, la conexión entre exportaciones e inversión también se pone en evidencia en el largo ciclo de la estanflación y los cepos. Entre 2011 y 2019 hay una merma de la participación de la Argentina en las exportaciones mundiales, de 0,46 % a 0,35%, período en el cual la tasa de inversión desciende de 21,61 % a 17,15 % del PIB. Esta es una de las razones por las cuales resulta difícil esperar que la argentina pueda salir de la estanflación si es que no remueve la política de los “cepos”

• Un déficit fiscal fuera de escala también es enemigo de la inversión y de la competitividad. Por un lado, puede terminar desplazando el crédito disponible, transformando al sector privado en la variable de ajuste. Por otro lado, como la Argentina no dispone de crédito externo ni reservas en el BCRA, está “condenada” a no incurrir en déficit de cuenta corriente del balance de pagos. Pero esto implica que si el sector público no baja el nivel del déficit fiscal, la única forma de financiarlo es con un sector privado ahorrando por un monto equivalente. Un elevado ahorro privado significa menos margen para la inversión y, en algunos segmentos, menos consumo, directamente

En los últimos treinta años, la Argentina registra dos picos del nivel de la tasa de inversión como porcentaje del PIB; en 1998 se llegó a 21,10 % del PIB y en 2011 a 21,61%. Ambos momentos coinciden con los de mayor penetración de las exportaciones del país en el mercado mundial, ya que en 1998 se alcanzó un market share de 0,49 % de las exportaciones mundiales, mientras que en 2011 ese guarismo fue de 0,46 %. Fueron picos que en poco tiempo se desdibujaron, inmediatamente después de 1998, porque el país no supo lidiar con el cambio de condiciones de la región, tras la devaluación del real brasileño en enero de 1999; y después de 2011, porque la política económica no se rediseñó para enfrentar la etapa global que sobrevino tras el boom de las commodities, y en lugar de los cambios que se imponían, se cayó en el recurso de los cepos, que continúan hasta el presente.

El punto es que no debe considerarse una casualidad que 1998 y 2011 tengan en común la mayor tasa de inversión de los últimos treinta años y el mejor ratio en cuanto a la penetración de los bienes “made in Argentina” en el mercado global.

Dentro de los países desarrollados de “última generación”, hay países que fueron “emergentes” décadas atrás y que, por aplicar políticas exitosas, pudieron dar el salto hasta la posición actual. Esos países presentan matices y se apoyaron en distintos factores de producción, pero tuvieron un elemento en común; la búsqueda permanente de mayor y mejor inserción en la economía mundial. ¿Por qué se conectan estrategias exitosas de crecimiento con mayor inserción global? Sin ser exhaustivo, puede consignarse que hay inversiones que un determinado país directamente no recibiría si no existieran condiciones para exportar una parte de lo producido; hay avances de productividad que no se lograrían en un país cerrado al comercio exterior, dada la importancia que tiene para este factor el aguijón de la competencia; hay riesgos que alejarían a las empresas de invertir en determinado lugar, si ese país no tuviera una dinámica de exportaciones que hiciera sostenible sus ratios de deuda externa.

Con la entrada en escena de las llamadas “cadenas de valor” global, hay infinidad de inversiones que sólo habrán de ser capturadas si nuestro país está dispuesto a ser un “eslabón” más en esas cadenas, con todo lo que eso implica: adecuación de la política impositiva y laboral al patrón que imponen países que compiten por esas mismas inversiones; acuerdos comerciales con países que ofrezcan mercados atractivos; una logística que dé garantías en términos de costos y eficiencia; reglas cambiarias que no desalienten exportaciones, aportes de capital ni giro de dividendos, entre tantos otros requisitos.

Como ya apuntaramos en un artículo previo, “hay que reorganizar el funcionamiento de la economía asignando al estado y al mercado los roles que han probado ser tan efectivos en países como Corea, Israel, Irlanda, Nueva Zelanda, entre otros, que incluyen una política decidida de integración al mercado mundial. Así, se gana en productividad por empresas que logran escalas de producción adecuadas, la incorporación de tecnología en forma continua y la especialización que permite capturar nichos de mercado” (Informe de Coyuntura 11 de Marzo de 2021: Fuerte mejora de los términos de intercambio para la Argentina; ¿se aprovechará esta vez la oportunidad?).

No se trata sólo de rediseñar la política comercial y de readecuar instituciones como el Mercosur, para que se conviertan en verdaderas plataformas que produzcan sinergias a favor de la competitividad y el dinamismo de las exportaciones. Es clave también que el set de precios relativos locales se aproxime lo máximo posible al set de precios internacionales, de modo de garantizar una eficiente asignación de recursos. En este sentido, los controles de precios, los congelamientos de tarifas y la existencia de una marcada brecha cambiaria resultan claramente contraindicados, ya que obturan los mecanismos por los cuales se transmiten señales clave a los agentes económicos. El sistema de precios es un GPS de extraordinario valor para la economía, ya que es el indicador por excelencia en la detección de abundancia o escasez de bienes y servicios, el que induce a redireccionar consumos, fomenta inversiones y dispara correcciones de política económica para facilitar esas adecuaciones.

Habíamos anticipado también en aquel artículo del 11 de Marzo que, en “el seno del Mercosur comienzan a predominar las fuerzas centrífugas, con Uruguay y Paraguay que lucen decididos a avanzar hacia una mayor integración al mundo. A su vez, Brasil (una economía tan cerrada como la Argentina, pero sin cepos) oscila frente a ese dilema. Hacia fin de marzo, ante una nueva cumbre del Mercosur, la Argentina podría verse obligada a salir de su ambigüedad en políticas de integración”. Como ya es conocido, el saldo de esa cumbre de ningún modo fue positivo, y corresponde alertar sobre las consecuencias negativas que tendría un mayor aislamiento de la Argentina en la propia región. Al mismo tiempo, subrayar que el statu quo tampoco sería algo positivo para el Mercosur y los países socios, por lo que se impone una revisión profunda de su diseño y alcances.

A propósito, cuando se plantea la necesidad de una política de inserción internacional más agresiva, es natural que surjan advertencias del lado de asociaciones empresariales, y también sindicales, acerca de la necesidad de remover los factores del “costo argentino”, incluido en primer lugar el peso de la presión tributaria, antes de proponerse metas ambiciosas en materia de ampliación del comercio exterior. Asimismo, la política cambiaria y el riesgo de eventuales “atrasos cambiarios” siempre está presente.

Sin embargo, como demostró la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea (aunque sus alcances siguen siendo “abstractos”), es factible lograr secuencias apropiadas en los mecanismos de apertura, estableciendo tiempos y punto de llegada. En realidad, para salir del “circulo vicioso” en el que deriva la discusión entre “condiciones previas” y “apertura al comercio exterior”, el país debería proponerse una ambiciosa agenda de creciente inserción en el comercio mundial, y utilizar esa agenda para ordenar las prioridades de la política económica, en un período de ejecución que obviamente sobrepasa los cuatro años de un mandato presidencial. El poder ordenador de esa agenda sería sorprendente, por el abrumador cortoplacismo que se ha apoderado de la Argentina.

El primer período arranca con un piso de market share de 0,42 % en 1994 para llegar a 0,49% en 1998, fenómeno que ocurrió en un contexto de precios de commodities deprimidos, lo que habla a favor de la competitividad de la economía en esa etapa. Pues bien, el recorrido de la tasa de inversión en ese período fue del 19,06 % del PIB en 1993 a 21,10% en 1998.

Una peculiaridad de ese período fue la creciente penetración de los productos industriales del país en el mercado brasileño: en 1998 se alcanza el pico de la historia moderna con un market share de 13,08 % de la Argentina en las importaciones del vecino del Mercosur. Basta comparar ese guarismo con el market share de 2019, que fue de sólo el 5,86 %. Una pérdida de participación de 7,2 puntos porcentuales en ese mercado, que significa una merma de 12,6 mil millones de dólares/año de las exportaciones de la argentina, considerando el monto esperado para 2021 de las importaciones totales de Brasil, en torno a los 175 mil millones de dólares. A su vez, los 12,6 mil millones de dólares que “faltan” por la pérdida de market share en Brasil, equivalen a poco menos del 20 % de las exportaciones de nuestro país, estimadas para este año.

Obviamente, no existen exportaciones sin inversiones previas. Por eso, cuando en la Argentina se revisa lo ocurrido con el Mercosur, no debería eludirse esta cuestión. La pregunta es qué debería haberse hecho distinto en materia de condiciones para atraer la inversión, y qué en las reglas del Mercosur, para poder capturar emprendimientos y mantener el market share de 1998 en las importaciones de Brasil.

El otro período de tendencia ascendente de la participación de la Argentina en las exportaciones mundiales es el que arranca en 2004 y alcanza su pico en 2011, con un market share que pasa de 0,37 % a 0,46% entre esos años. Dado que la ponderación que tienen las commodities en el total de exportaciones mundiales es inferior a la ponderación que éstas tienen en la canasta exportadora de la Argentina, el boom del precio de las materias primas experimentado en ese período tuvo un efecto positivo en el market share. Y la tasa de inversión replicó esa tendencia, pasando de 15,89 % del PIB en 2004 a 21,61% en 2011. A propósito de ese fenómeno, se ha escrito aquí que la Argentina podría haber aspirado a una curva más empinada tanto en la trayectoria del market share como de la tasa de inversión (ver “La década diferenciada de América latina”, Revista Novedades Económicas 15 de Enero de 2019) en ese período, pero lo relevante es la conexión existente entre una y otra variable.

Lamentablemente, esa conexión también se pone en evidencia en el largo ciclo de la estanflación y los cepos, que arranca a fin de 2011 (Entre 1999 y 2003 también hay caída de market share y tasa de inversión, pero se trata de un período más corto y asociado a la crisis de 2001/02).

Obsérvese que entre 2011 y 2019 hay una merma de la participación de la Argentina en las exportaciones mundiales, de 0,46 % a 0,35%, período en el cual la tasa de inversión desciende de 21,61 % a 17,15 % del PIB. Esta es una de las razones por las cuales resulta difícil esperar que la argentina pueda salir de la estanflación si es que no remueve la política de los “cepos”, que tiende a acentuar las distorsiones de precios relativos y el sesgo antiexportador, señales contraindicadas en materia de incentivos a la inversión.

En esencia, la tarjeta de presentación de la economía de nuestro país a lo largo de los últimos treinta años ilustra acerca de una serie de políticas que conviene no repetir si es que se buscan resultados distintos. Al mismo tiempo, en un listado abrumador de problemas a resolver, lo más conveniente parece ser ordenar la agenda en función de lograr una creciente inserción en la economía global y regional, por las implicancias que tiene sobre los incentivos a la inversión (con efecto directo sobre el empleo y la reducción de la tasa de pobreza, que no pueden dejar de mencionarse, aunque no sean tratados en este material).

En parte reconociendo el desaliento a las inversiones que emergen de los cepos al cambio y al comercio exterior, el gobierno acaba de lanzar el “Régimen de fomento de inversiones para las exportaciones”, que determina la “libre disponibilidad” del 20 % de las divisas originadas en exportaciones provenientes de plantas instaladas en el marco de esta norma. Proyectos de inversión de 100 millones de dólares o más pueden aspirar a este régimen, siempre que se apliquen a los sectores alcanzados por la promoción. Sin entrar a discutir pro y contras de este régimen, lo cierto es que los desafíos que enfrenta la economía argentina requiere una revisión integral de instrumentos y objetivos, más allá de eventuales compensaciones parciales de las distorsiones vigentes. En este sentido, si la experiencia del “cepo original” ha sido muy desalentadora en términos de exportaciones e inversión, hay que subrayar que algunas de las condiciones existentes en 2021 imponen limitaciones más severas para variables clave de la economía, comparado con las existentes a principios de 2012. Por caso, el nivel de las reservas netas del Banco Central, que en el comienzo del cepo original se situaban en torno a los 30 mil millones de dólares y ahora son estimadas en torno a los 3 mil millones.

Por las condiciones iniciales del cepo de 2012, se pudieron usar reservas netas para múltiples objetivos, hasta agotarlas antes de fin de 2015. En ese tramo, el uso y abuso de ese activo ayudó a financiar parte de los desequilibrios fiscal y externo y otorgó cierta flexibilidad para autorizar importaciones de bienes de capital (poniéndole un piso a la tasa de inversión). Simultáneamente, como el déficit fiscal se mantuvo en un andarivel inferior al actual, la tarea del Central se vio menos recargada emitiendo pesos y esterilizando al mismo tiempo, comparado con la situación actual. Obsérvese esta diferencia: mientras en 2015 el monto de los pasivos remunerados del BCRA era equivalente al 30 % de los depósitos bancarios, hacia fin de 2020 se acercó al 45 % y, de acuerdo a las tendencias actuales, habrá de superar el 60 % de los depósitos bancarios hacia fin de este año, principios de 2022. O sea, hay riesgo de una luz amarilla titilando en alguno de los próximos trimestres, vinculada con la disponibilidad de crédito a favor del sector privado y también con la vulnerabilidad del sistema bancario. Esto siempre y cuando el gobierno demore la tarea de llevar el déficit fiscal a un nivel sustentable.

Pero la restricción a la inversión no deviene sólo del eventual desplazamiento del crédito con el sector privado como variable de ajuste. Hay otra vertiente tan o más importante: como la Argentina no dispone de crédito externo ni reservas en el BCRA, está “condenada” a no incurrir en déficit de cuenta corriente del balance de pagos. Hubo un modesto superávit en 2020 y éste se mantendría en 2021. Pero esto implica que si el sector público no baja el nivel del déficit fiscal, la única forma de financiarlo es con un sector privado ahorrando por un monto equivalente. Un elevado ahorro privado significa menos margen para la inversión y, en algunos segmentos, menos consumo, directamente.

Sin financiamiento externo, sin reservas y con déficit fiscal, hay un techo de hierro sobre la capacidad del sector privado de recuperar la inversión, e incluso limitaciones para recuperar el consumo. Los momentos de mayor tasa de inversión en la Argentina han coincido con importantes déficits de cuenta corriente de la balanza de pagos. Pero para incurrir en déficit se requiere entrada de capitales y crédito externo. Como se ve, no se trata sólo de reencauzar las negociaciones en el seno del Mercosur.

Por Jorge Vasconcelos y Guadalupe Gonzalez
Fuente: IERAL