El vandalismo que sufre el agro es la consecuencia de una prédica su contra , muchas veces sustentada en elaboradas teorías, que se difunden masivamente e, incluso, se enseñan en muchas universidades.

La historia tiene una constante: la animadversión hacia el agro, con argumentos falaces que se presentan en favor de la industrialización manufacturera y el sostenimiento de un Estado ocupado por la cuestión social.

En gran parte, tales argumentos se sustentan en el economista J.M. Keynes y de antiguas ideas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) acerca de la importancia de industrializar, mediante sustitución de importaciones, aunque deba ser el agro el que paga los platos rotos.

En 2008, el agro quedó enmarañado en un mensaje oficial era puramente maniqueo. Se acentuó allí una lógica de resentimiento hacia el agro.

Esta lógica no tiene fundamento. Hablan sin saber. La producción de materias primas está muy descentralizada. En su mayor parte, se basa en redes donde cientos de miles de agentes independientes, interrelacionados. Se trata de múltiples tipos de contratistas, tenedores de la tierra, científicos, fabricantes de variadas maquinarias, semilleros y asesores, entre tantos.

No comprenden al campo. Lo entienden como un enemigo. Lo responsabilizan de los fracasos. Y, no advierten que, a partir de éste, nacen todo tipo de eslabones industriales y de fuentes de trabajo. Lo ven como una actividad más bien extractiva. No comprenden -o no quieren hacerlo- que para incrementar la productividad, aplica el esfuerzo humano, la innovación, la tecnología y la organización.

Los actuales ataques a la propiedad agrícola son parte de la violencia que deriva de la grieta. Y el problema no son solamente los ataques. También, son los efectos de los grupos de presión.

Mancur Olson (Nobel de Economía) sostiene que hay gente que tiene incentivos para formar grupos de presión y para influir en la política a su favor. Las políticas económicas resultantes de la presión tenderán a ser proteccionistas y contrarias a la innovación tecnológica, y finalmente comprometerán el crecimiento económico de un país.

El eslabón agrícola debe tener una mejor organización ejercer su presión en contraposición de tantos lobbies que están desinteresados sobre el agro o, peor aun, en contra de éste. Un gran lobista es el propio Estado. Los gobiernos tienden a aplicar impuestos discriminatorios, con muchos de los argumentos acá mencionados.

Y que nadie crea que en el complejo agroindustrial actúan fuerzas mancomunadas, sin que haya intereses contradictorios. Éste se compone de múltiples cadenas de valor y dentro de cada de una de ellas se desenvuelven distintos eslabones, donde operan lobbies con diferentes posibilidades de presión.