No causa ninguna sorpresa escuchar al presidente decir que no cree en los planes económicos. Es que, de entrada, se notaba que no había un plan económico o, en todo caso, el plan inicial cuando asumió era emitir moneda para “ponerle plata en el bolsillo a la gente”, por eso el cambio en la forma de valuar las letras intransferibles del tesoro que tiene el BCRA que, mágicamente, le generó una utilidad de 2 billones de pesos dándole margen para “emitir utilidades” dado que el cupo de expansión por el lado de los adelantos transitorios ya estaba cubierto.

El plan inicial era reactivar vía el consumo interno emitiendo, suponiendo que Argentina tiene moneda para poder hacer política monetaria expansiva. Muy precaria la estrategia. De todas formas esa política quedó descartada con la aparición del COVID 19 y la cuarentena que impuso el gobierno matando la actividad económica. A partir de ese momento el BCRA uso esas utilidades inventadas para emitir y financiar un déficit fiscal que se disparó.

En rigor, el gobierno continúa con la estrategia de Cambiemos que tampoco quiso tener un plan económico. El plan económico de Cambiemos era el no plan, lo mismo que Alberto Fernández.

Para que un plan económico funcione, en particular para el caso de Argentina que estamos en las diez de última, debe cumplir con los siguientes requisitos: 1) debe ser intrínsecamente consistente, 2) el ministro de Economía debe ser alguien de trayectoria, con prestigio y que sepa comunicar bien el plan al común de la gente para generar confianza y 3) debe haber un claro apoyo político que le de respaldo a ese plan económico.

En el caso de Macri no quiso tener un ministro de Economía con trayectoria y prestigio, vaya a uno a saber por qué. Nunca tuvieron un plan económico. El lema de Macri era: todos los días un poquitito mejor. Creían que las inversiones iban a llover por el solo hecho de que Macri se había sentado en el sillón de Rivadavia y no hacía falta nada más para atraer inversiones. Grosero error que pagaron muy caro. Nunca quisieron escuchar a quienes proponían un plan consistente. Esos eran tratados de liberalotes y plateístas que si entraban a la cancha quedaban desgarrados en el primer corner. La realidad es que terminaron ellos todos desgarrados y pidiéndole la hora al referí.

En el caso de Alberto Fernández y sus aliados no solo parecen no tener interés en un plan económico sino que, lo que es más complicado, nadie con prestigio y trayectoria que genere confianza en los agentes económicos va a sentarse en el sillón de ministro de Economía teniendo como respaldo una coalición política que espanta a cualquier inversor. Solo basta con ver el proyecto de Heller de impuesto a las “grandes” fortunas o el intento de expropiación e intervención de Vicentín para advertir que con esas ideas políticas no habrá inversiones que lleguen al país.

En la década del 80 el gasto público consolidado estuvo en un promedio del 30% del PBI, actualmente está en el orden del 46% del PBI. Si en la década del 80 ese gasto público fue infinanciable y tuvimos inflación, megainflación, hiperinflación, confiscación de los depósitos con el plan Bonex y default, es de imaginar que con este nivel de gasto público la cosa va a terminar peor que en los 80 porque, encima, ni siquiera tenemos el viento de cola del precio de las commodities. Bajar el gasto público a niveles pagables por el sector privado es imperioso y eso requiere de un plan, sin embargo el presidente dice que no cree en los planes.

La actual carga tributaria es ideal para espantar inversiones, la legislación laboral impide que las empresas contraten personal, no tenemos moneda, lo que tenemos es una cuasimonedas para hacer transacciones de corto plazo. Además, el BCRA emitió $ 2 billones de LELIQs y PASES que no va a poder pagar porque no genera ingresos para pagar los intereses ni el capital y el presidente dice que no cree en los planes económicos.

Solo para desarmar la estructura del gasto público se necesita un plan económico. A eso hay que sumarle una imperiosa reforma tributaria que no espante las inversiones, una reforma monetaria que nos dote de una moneda para poder hacer cálculo económico y transacciones de largo plazo. Argentina necesita desesperadamente un plan económico que marque el rumbo de reformas que todos sabemos que se necesitan de manera que empezar a generar algo de confianza. Se van a necesitar muchos años de buena conducta para demostrar que volvimos a ser un país serio como lo fuimos a fines del siglo XIX y principios del XX. Por eso crecíamos y la gente venía a radicarse en Argentina. Porque tenía un horizonte de progreso si trabaja y se esforzaba. Argentina dejó de ser un desierto y se transformó en un país próspero gracias a que hubo previsibilidad en las reglas de juego por la existencia de una dirigencia política muy superior intelectualmente a las de las últimas décadas y, sobre todo, porque cumplió con el plan económico que estaba implícito en la Constitución de 1853/60 y Juan Bautista Alberdi se encargó de explicitarlo claramente en el Sistema Económico y Rentístico de la Confederación de la República Argentina (así de largo es el título de ese libro de Alberdi de 1854).

Cualquier país que se analice cómo salió de la decadencia y entró una senda de crecimiento, tuvo un plan económico que le permitió salir de la decadencia. Irlanda, Corea del Sur, Taiwán, la Alemania de postguerra con Ludwig Erhard, Nueva Zelanda con las reformas de Ruth Richardson a principios de la década del 90, y los ejemplos pueden seguir. Ninguno de esos países improvisó para salir de la decadencia. Tuvieron un claro objetivo de crecimiento, un plan económico que incluía la incorporación al mundo y las reformas económicas necesarias para ser competitivos.

Como está el país a punto de estallar económicamente, no se puede improvisar. Economistas con trayectoria, prestigio que generen confianza y sepan qué hay que hacer, también, hay. Lo que no hay es una dirigencia política ni un gobierno que generen la confianza necesaria para atraer inversiones y, cabe insistir, ningún economista con prestigio se va a sentar en el sillón de ministro para emitir moneda diciendo que le ponen plata en el bolsillo a la gente y menos con un gobierno con inclinaciones expropiatorias.

En síntesis, además de un plan económico hace falta un gobierno que genere confianza y eso, por ahora, no hay.

Fuente: Economía para Todos