NUEVO LAREDO, Tamaulipas. Ciudad Anáhuac y la región noreste del país enfrenta una dura crisis, pues no hay para darle de beber o de comer al ganado.

“Es difícil sobrevivir, no hay qué comer para nuestros animales, ni trabajo, ya perdí diez vacas y mi hijo Baltazar Duarte Alvarado, siete, por falta de alimento y agua para el ganado de agostadero”, afirmó América Alvarado Morales, presidenta del Comisariado Ejido Anáhuac.

Declarada zona de desastre por la sequía severa, al ejido le urgen apoyos y programas como el Fideicomiso Fondo de Desastres Naturales (Fondem), para bajar los recursos para el campo, ya que las pocas lluvias registradas en los últimos días no son suficientes para reparar los daños en las praderas.

Desesperada tratando de que sus animales no mueran de hambre, la mujer de 59 años triplica su trabajo llevando a los bovinos, cabras y borregos a pleno monte para cortar nopal y acarrear, limpiar y que tengan algo de comer, levanta su rostro curtido por el sol por un momento y sus ojos se humedecen.

“Tengo toda la vida viviendo aquí, hemos tenido sequía tras sequía, a ver qué nos queda; las vacas no dan leche para sus crías, hasta parecen animales de peluche de lo flacos que están, igual están los pocos borreguitos que me quedan, los demás se me murieron; ya lo que quiero es salvar a los grandes”, dijo.

Confesó que sus recursos se están terminando y viven al día; al no contar con una entrada fija no tiene más que la venta de algunos animales de agostadero que se redujo a un mínimo, de 500 kilos que debería de pesar un toro, está en 350, cuando podría comer hasta 20 kilos de alimento.

Se le conoce en el sector ganadero como ganado de agostadero por no estar en praderas artificiales, es el monte natural; las de riego son las únicas que en este momento están verdes y las de temporal secas.

Como una escena de las películas de los cuarenta, el olvido en el campo muestra el resultado del fenómeno natural prolongado, el sufrimiento es el mismo, sólo la época y los personajes son otros; la devastación vegetal no ofrece casi nada al ganado menor y mayor.

“Estamos acabados no nada más yo, todos mis compañeros, uno gasta en gasolina, gas para chamuscar el nopal y quitar la espina, si esto sigue se acaba, si tuviéramos trabajo tendríamos una entrada para comprar un kilo de harina o manteca, aquí no hay nada, no les das a llenar”, manifestó.

El proceso de chamuscar requiere un esfuerzo extra, es quemar las espinas de la cactácea y los animales puedan comerlo, la forma rústica era encender la lumbre, cortar el nopal a machete y con un chamuscador de mezquite de palo se pasa por las brasas, sin tomar en cuenta lo nocivo que es aspirar el humo.

En la antigüedad se usó el queroseno, se agrega petróleo al chamuscador y se le pone aire para aplicar presión con una pompa a pulmón y al momento de calentar la serpentina y arde, colgárselo en el hombro y pasarlo por los nopales cortados y puestos en el suelo.

Después se utilizó un tanque de gas butano y se conecta al chamuscador y se abre el combustible sin necesidad de presión ni calentar con un costo de casi nueve pesos el litro; si el animal consume el nopal que es pura fibra repercute y su rumen no lo digiere y se timpanizan, causándoles la muerte por la cantidad que comieron. “A mi edad es difícil trasladarse al pueblo y rentar un cuarto sin trabajo, además de la comida dejando atrás su casa en el ejido, patrimonio herencia de su padre a ella y tal vez su hijo de 32 años sea posible”, manifestó.

No hay otro alimento que salga más barato que el nopal y recurren a él, una paca de veinte kilos de buena calidad es de 80 pesos en Ciudad Anáhuac, de pastura seca no de buena calidad pesa quince kilos, en Nuevo Laredo tiene un costo de 100 pesos, lo ideal es mezclar las dos cosas y nutrir al animal.

“Mi padre Baltazar Alvarado falleció cuando cumplí los 28; me los dejó, estoy perdiendo todo el patrimonio de él y el mío, todo el trabajo de cuarenta y dos años, los animales están chicos y flacos, nadie los quiere así, es mucha la merma, ¿de qué vamos a vivir?”, lamentó la ejidataria.

Los efectos para sostener el ganado son cada vez imposible, confesó que duerme a ratos por la ansiedad de no saber cómo salvarlo y perder la totalidad de su patrimonio herencia de su padre.

“Dormimos en ratitos y pensamos, ¿qué les vamos a dar a los animales?, además estaba fallando el agua aquí en la pila, teníamos que ir a Nuevo Rodríguez, desde que amanece salgo con ellos para que pasten algo, pero las praderas están secas y no tengo suficiente para comprar pacas, cada una me cuesta 80 pesos”, contó.

En el campo el panorama no puede ser más desolador, pese a ser primavera, las praderas han registrado los estragos de la sequía extrema y los animales languidecen ante la impotencia de la ejidataria, que los introduce hasta lo más tupido del follaje sin sentir que las ramas de los chaparros prietos y huizaches rasguen su piel.

“Invertí para hacer una perforación para el agua, ya no me quedó para el papalote y el bebedero en dónde depositarla, tengo miedo de perder a todos mis animales, les dedico todo el día, mis alcances ya son pocos, hasta me duele la cabeza, necesitamos apoyos”, solicitó la presidenta del comisariado.

El campo en este sector como en muchos otros del país está olvidado, comentó la afectada, nadie le apuesta a los ejidos, el costo del ganado ha ido a la baja y las flacas ni regaladas, sólo animales de 500 kilos con un costo de 5 mil 500 o 6 mil pesos.

“Se desbarató el mueble de la marcha y eso que aquí me lo arreglaron, en lo que él hacía mecánica yo fui a cortar nopales y tengo que pagar sin contar lo de los animales, de otra forma se quedan encerrados, ni para ir por pacas, esto está peor”, expresó desalentada.

Con recursos del Fondem, los ejidatarios tendrían alimentos y se evitaría la muerte de ganado de agostadero, se construirían pozos y piletas para agua, se rehabilitarían praderas, semillas de zacate para los agostaderos, con la esperanza de recuperarse y prepararse para un futuro.

“Necesitamos que nos ayuden, ninguna autoridad llega, ya no podemos más y mis animales se acaban, que vengan y vean cómo está esto de seco, se mueren y ¿de qué vamos a vivir?”, finalizó América Alvarado Morales, presidenta del Comisariado Ejido Anáhuac.