Sin embargo, en términos políticos fue uno de los dirigentes que mayor aportó, convocó a sectores de la oposición a conversar. Ese tipo de diálogo político es el que necesita el país para traer calma. A fin de cuentas, el que lleva la estrategia de Juntos por el Cambio, principalmente del PRO, Marcos Peña está caminando en una dirección que puede ser peligrosa para la economía: insiste en el discurso de la batalla y de un triunfo épico que no parece estar solventado en ningún análisis riguroso.

Esa idea de pelea a muerte es peligrosa en el sentido de que trae más inestabilidad e incertidumbre al público. Por supuesto, en el otro lado parecería existir una idea un poco ficticia: Alberto asume con el ajuste ya hecho, y mientras antes sea el ajuste, mejor. Una especie de pensamiento mágico por el cual Argentina vuelve a 2003.

Todas las crisis tienen cosas en común, pero ninguna es calcada de otra. En este caso, es imposible comparar la economía que recibiría Alberto Fernández con la que recibió Néstor Kirchner. Este último asumió con un tipo de cambio equivalente a $ 150 (ajustado por presión tributaria), términos de intercambio muy favorables, una economía sin memoria inflacionaria, recursos ociosos y con el país en default.

Fernández asumirá con un país con alta inflación, términos de intercambio poco favorables para sus productos, un tipo de cambio en niveles que aún no cierran la brecha de la cuenta corriente, puja distributiva, un país endeudado y bajo la tutela del FMI.

Quizás hay que sumar un condimento adicional. En aquel momento, las demandas de la sociedad eran mínimas, el desempleo era mucho más elevado y los salarios estaban por el piso. Actualmente hay una demanda social latente por la cual se votó a Fernández. Queda pendiente ver cómo la va a resolver, más aún cuando los votos con los que asuma no legitiman su Presidencia, sino a la figura de su vicepresidenta.

¿Dónde va a construir poder Fernández? ¿A quién va a apelar cuando vea que no puede “poner plata en los bolsillos de los argentinos”? Tal vez con los gobernadores, uno de los cuales, hay que recordar, sería Axel Kicillof. El electorado le va a exigir respuestas rápido, el mercado muchísimo más. Para hacer equilibrio y conformar a ambos sectores tendrá que transitar una línea muy delgada.

Si la presión interna es alta, este peronismo podría derivar en un kirchnerismo 2.0. El problema es que la crisis ahora tiene síntomas y lo que hizo Cristina Fernández ya no se puede repetir. La gestión de Kicillof fue un éxito, le dieron una economía que no aguantaba y entregó la economía destruida, con caída de la actividad, cepo, barreras no arancelarias, inflación, etcétera. Aunque sin los síntomas que siente el público hoy en día. Ahora los síntomas están y hay que administrar bajo el programa del FMI.

Queda esperar y ver, pero la gran pregunta es si Fernández está en condiciones de armar un equipo que resista tanto la presión política interna como la externa. Dentro de la externa están las familias, empresas y el mercado los que esperan respuesta rápidamente. Internamente tiene sectores con mucho poder, incluso sin los cuales él no podría haber soñado siquiera con convertirse en Presidente.

Fuente: El Economista