Las especies vegetales espontáneas no deseadas dentro de nuestro sistema de producción agrícola extensivo, llamadas habitualmente malezas, vienen generando resistencias de acuerdo con la presión de selección que les imprimimos y con la habilidad de cada una de esas especies para adaptarse. El origen de las resistencias es el desencadenante de iguales prácticas de manejo repetidas en el tiempo con una alta frecuencia.

Algunos ejemplos de las prácticas recurrentes dentro de nuestro sistema de producción en las últimas tres décadas fueron el abuso de un mismo principio activo y modos de acción utilizados en un solo cultivo, la hegemonización del sistema de siembra directa como pauta de manejo de todos los ambientes y de todas las zonas, la baja rotación de cultivos con la consecuente escasa rotación de herbicidas y la sobredosificación de algunos herbicidas.

Si recorremos los últimos 30 años de agricultura en nuestro país, encontramos que el sistema de siembra directa creció en la Argentina de una manera inédita al resto del mundo. La remoción mínima del suelo propuso un sistema en el cual el control de malezas quedaba restringido solo al control químico.

Ante la aparición de los primeros escapes de especies tolerantes o resistentes de malezas a los herbicidas de uso masivo, los técnicos empezaron a diseñar pautas de manejo pensadas en complementar el uso de agroquímicos mediante la utilización del achicamiento del distanciamiento entre hileras de las sembradoras, cultivos de servicio o de cobertura, adelantamiento de las fechas de siembra, etcétera.

Desconocer todo lo bueno del sistema de siembra directa sería una acción de poca memoria y de ignorancia frente a todo el aporte que hizo.

Pero no hay una sola solución para todos los problemas que enfrentamos y, a su vez, tenemos numerosos modelos de producción (como los impedidos de uso de agroquímicos para las áreas periurbanas, modelos orgánicos, etcétera) y diferentes ambientes, cultivos o circunstancias donde la remoción del suelo aporta soluciones en determinadas ocasiones. Hoy nos encontramos frente a numerosos casos de productores que deciden darle solución al problema de malezas moviendo el suelo y volver en algunos casos a lo malo conocido.

Quizá sea necesario repasar que cuando removemos el suelo se alteran y pierden las mejoras en la fertilidad física, química y biológica que acumulamos con años de siembra directa. En esta revisión de fortalezas y debilidades de la decisión de mover o no el suelo no hay que dejar de contemplar la amenaza donde pongamos en valor la pérdida de productividad ambiental, pérdida que nos acompañará seguramente más de una campaña a partir de la remoción.

Por: Juan Pablo Ioele