"Sí, la verdad es que estuve bárbara", respondió ella, que odia la falsa modestia. "Los gringos me tendieron una trampa -continuó-, pero no sabían con quién se metían."

Boudou tuvo el detalle de poner el altavoz para que yo pudiera escuchar todo. ¡Lo que disfruté! Cristina todavía estaba excitada e inmensamente feliz. Con desparpajo adolescente contó cómo había logrado sortear el cacerolazo en la puerta de Harvard. "Me avisaron por teléfono y entonces llegué una hora más tarde, cuando sólo quedaban cuatro tipos. No me digas que no soy una genia." Amado asintió, con esa convicción con que ríe, aplaude y asiente cada vez que ella abre la boca, aunque sea para matarlo. Algunos lo ven como una actitud rastrera. Yo, como vocación de servicio.

-¿Cuál te gustó más, Georgetown o Harvard?

-¡Ninguna! Qué querés que te diga, me quedo con la Universidad de La Plata. Es como más vital. Pero me había prometido que un día tenía que ir a Harvard, y fui. ¡Soy la primera presidenta argentina que da una clase magistral ahí!

-Sí, fue grandioso. Ahora, qué raros son estos tipos: aplaudían las preguntas y no tu respuestas. Te habrás sentido extraña.

-Extrañísima. Pero lo atribuí a problemas con la traducción.

-¿En serio pensás que fue una trampa?

-¡Ni la menor duda! Todos esos pibes laburaban para Lanata. Igual, me hice un festín. Creo que los dejé impresionados con mis conocimientos de política internacional, historia, economía... Y con mi valentía. Decime, ¿quién se anima a hablar mal de Harvard en Harvard? Les dije que era una universidad cara y que no entendían nada. Y eso no lo había practicado: me salió así, de una.

-También te salió de una criticar a Estados Unidos, decirles que promueven los golpes y que mienten con la inflación, denostar al Fondo, hablar bien de Chávez. ¡Todo eso en Washington! ¿Cómo te animaste?

-Soy así, frontal. No me invitarán más, pero yo estaba pensando en los spots de las tandas del fútbol. Tienen material para rato.

-Estuvo bueno eso de que en la Argentina no hay cepo cambiario. Lo dijiste tan convencida que parecía verdad. Lástima que después estuviste 15 minutos justificando por qué no se puede comprar dólares.

-Mirá, peor cepo es el de Estados Unidos, donde es imposible conseguir pesos.

-Che -comentó Amado, que empezaba a animarse con algunas objeciones-, quizá no estuvo tan bien cuando retaste a uno de los chicos y le dijiste que la pavada que estaba preguntando no era digna de Harvard, sino de La Matanza. Tenés toda la razón del mundo, pero en La Matanza vota casi un millón de personas.

-Amado, Amado, ¿vos te creés que en La Matanza alguien vio mi conferencia en Harvard?

-Me encantó que hayas contestado que hiciste tu fortuna como abogada exitosa. Fue una lección de capitalismo: ¡quisiera saber cuántos abogados gringos juntan 17 millones de dólares sin pisar el estudio!

-Esa respuesta la tenía estudiada, pero mi problema era que cuando la practicaba en el hotel, indefectiblemente me terminaba riendo a carcajadas.

-Te voy a ser sincero. Por momentos, ante algunas preguntas, parecías un poco molesta, tensa, enojada. Ojo, lo manejaste bien, pero yo te conozco y era evidente que no estabas cómoda.

-Bueno, entendeme, no estoy acostumbrada a las groserías y las malas palabras: me hablaban de inflación, conferencias de prensa, cacerolazos... Además, en la Argentina yo tengo la exclusividad del micrófono. En Georgetown y Harvard se lo dan a cualquier imberbe sólo por haber pagado una matrícula. O esas universidades cambian o no tienen futuro.

-Sí, de hecho criticaste el poco nivel académico de los estudiantes de Harvard.

-Es que ni en La Matanza te preguntan esas pavadas. Fijate que no me sacaron el tema Ciccone. Mi vicepresidente se queda con la fábrica de hacer billetes y en las mejores universidades yanquis no se enteran. ¿Querés saber qué respuesta tenía preparada?

-Sí, claro -a Amado le temblaba la voz.

-Pensaba decirles: ¿Boudou? Por favor, hablemos de cosas serias -y estalló en una risotada. Amado sintió el golpe y volvió por el camino de las flores.

-Creo que tu mejor respuesta fue la de la reforma constitucional. Una maravilla dialéctica. Con las palabras decías que no y todo tu cuerpo decía que sí.

-Bueno, lo aprendí de Bush. Dijo: lean mis labios, no voy a subir los impuestos, y terminó matándolos con un impuestazo.

La conversación discurrió después sobre la cobertura que habían tenido las charlas con estudiantes. Cristina no contó que los grandes medios norteamericanos o la habían matado o la habían ignorado. Y Amado no le dijo que aquí la peor bajeza, como era de esperar, la hizo TN: no se cansó de pasar las intervenciones en las universidades, con la malicia del que te repite un furcio.

La señora se despidió con una frase de su cuño: "Por suerte, ya pego la vuelta. Me extrañan los argentinos, y ahora me empezarán a extrañar los norteamericanos".